Los campesinos no tienen ni tiempo, ni dinero para comprar frutas en el pueblo, pero Dios pone a su alcance las guayabas, una fruta con grandes virtudes nutricionales, pero, hace algunos años, pasaban las avionetas soltando el glifosato que se suponía debía acabar con los cultivos ilícitos de la hoja de coca y afectaba los árboles de donde los campesinos tomaban su deliciosa y nutritiva fruta.
“Las avionetas pasaban por encima fumigando, eso era lamentable, acababan con todo, Dios quiera que ni se vuelva ocurrir, no queremos volver a vivir esa crisis, porque se acababa la comida para la gente y para los animales”, dijo Fabiola Meneses, una de las campesinas afectadas, años atrás con las ‘fumigas’ como llama a la lluvia de veneno.
Ella no da crédito a la noticia de que el gobierno está gestionando para que regrese la aspersión y reaccionó enfáticamente: “No señor, yo no creo que el gobierno haga eso otra vez, si nos quiere acabar, que nos acabe de otra manera, pero con fumigas no”, respondió visiblemente alterada por la posibilidad de que se repita lo que tocó vivir.
Cuenta que ellos cultivaban pastos y comida, pero las avionetas fumigaban igual, dándoles un baño de veneno y dejándoles sin de donde tomar los alimentos.
Generalmente los cultivos de hoja de coca están muy cerca de los sembrados de productos comestibles y la aspersión cae sobre todo en general causando un grave problema de sustento para las familias que habitan el campo y, lo paradójico, muchas veces la coca queda buena.
Para todos los labriegos es igual, temen que les vuelva a caer la ruina del cielo, especialmente porque se han comprometido a cambiar los cultivos ilícitos siempre y cuando el gobierno los apoye con fomento agrario.
Lo grave es que los funcionarios del Estado ‘no se han parado de la mesa’ en donde prometen que no abandonarán a los cultivadores que dejen los cultivos de coca, cuando ya empiezan a olvidar los compromisos.